Casi en la totalidad de la vida de Santa Luisa de Marillac, desde el día de su nacimiento el 12 de agosto de 1591, se enfrentaba a un mundo, lleno de crisis desde todo punto de vista. Nacía en una Francia, que sobrevivía a 30 años de guerras religiosas y a los manejos de Catalina de Médicis que había enfrentado a católicos y protestantes. Algunos biógrafos llegan a decir que nació en el suelo donde estaba sometida Francia. Hasta 1650, la geografía de Francia se ve cubierta por el mal que esparce el terror. La peste bubónica o pulmonar, avanza con rapidez devastadora. Inmediatamente aparece una epidemia grave, se provoca el pánico y la desesperanza por la muerte de la tercera, cuarta o mitad de la población de una región o provincia. Además de la carestía, la guerra, el hambre, crisis económica y social, la nobleza versus los campesinos, los niños expósitos, los enfermos, los ancianos, la pobreza de su propia vida también era una alarma de crisis que había que lidiar y afrontar.
Toda su vida, después de su paso por Poissy, hasta la experiencia de su mala salud para la entrada en la vida capuchina, como también su experiencia matrimonial con el Señor Legras, su viudez, la mortificación con su hijo Miguel, además de la búsqueda de la Voluntad de Dios, que siempre se iba mostrando con la sabia ayuda de sus directores espirituales y su temor de Dios, expresado en sus miedos, soledades, fatigas, angustias, escrúpulos, incomprensiones. También con las nacientes cofradías de la Caridad que iban concretando a través del paso por las parroquias, además de educar a niños y jóvenes en las pequeñas escuelas, ayudando a las Damas de la Caridad a realizar sabiamente la atención al pobre, como también dirigiendo y educando a la Compañía de las Hijas de la Caridad y a las nuevas hermanas, su servicio en los hospitales, dispensarios y su atención a los más pobres, sus esfuerzos por lograr la verdadera unión con Dios perfectamente.
Con Santa Luisa, al conmemorar 100 años desde su Beatificación en 1920, y celebrando su memoria litúrgica, recordamos con su figura de santidad, a una Mujer y Madre que se ha transformado en una santa que ha sabido vivir su servicio, entrega y vocación en un contexto de crisis durante toda su vida, con las herramientas de la sencillez, humildad, caridad como también de su delicada conciencia de que tenía que realizar permanentemente en su vida, un gran Ephattá.
Abrirse a las mociones del Espíritu, una Luz, que sólo supo dilucidar sus dudas y llenarla de la convicción de que la Caridad de Cristo nos urge y que, para ello, había que ser Audaz para tener un nuevo impulso misionero en la Compañía. Hoy en contexto de crisis por la pandemia del Coronavirus, es menester, mirar la santidad de Santa Luisa como una santa que se forjó a la luz de las dificultades, miedos, vacíos, soledades, enfermedades, CRISIS, en definitiva, pero nunca dejando de lado, una gran esperanza, fe y un amor que la mantuvo firme en su vocación.
Como nos recordará uno de los textos de una de las hermanas de la Compañía, Sor Elizabeth Charpy, en su libro, Contra viento y marea, expresa con notoriedad la experiencia de Santa Luisa de Marillac. Su gran deseo era ser fiel al designio de Dios sobre ella. Pero ¿Cómo llegar a realizar ese proyecto de Dios, como ser fiel a su voluntad, si numerosos obstáculos le cerraban el camino y amenazaban con hundir su frágil embarcación? En octubre de 1655, escribiría al Señor Vicente:
“Tengo gran necesidad de aprender a prepararme para ello (a salir de este mundo), y es lo que espero de su Caridad para no naufragar antes de llegar a puerto, meta de mi navegación”
Estas preguntas se hacen hoy más pertinentes que nunca para hacer frente a una de las CRISIS más grandes que haya vivido la humanidad, y que nos ha llevado a naufragar en muchos aspectos, especialmente en nuestra organización, estructura y formas de vida. Este Coronavirus ha hecho que literalmente naufraguemos en nuestra vida terrena y espiritual, como si fuera un gran viento y marea.
Santa Luisa, nos diría, que es posible hoy, construir ese paraíso para los pobres, a pesar de que nuestro servicio se vea debilitado por distintas formas nuevas que nos han aconsejado para hacer llegar nuestra caridad a aquellos que su vida es totalmente una crisis. La necesidad de vivir en la comunidad, con nuestra oración en común, con nuestra vivencia personal de esta crisis de la pandemia, como también los espacios que encuentro de tranquilidad o de silencio, tienen que ayudar a seguir forjando lo que Santa Luisa nos ha enseñado como testimonio.
Se suele decir que las crisis sacan lo mejor y lo peor de la persona humana, por tanto, es un tiempo también de examinar y saber que es lo que estoy haciendo, donde estoy cimentado o ubicado, donde están nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros sueños y anhelos, como también nuestros miedos y errores. La pandemia nos da una oportunidad para poder cambiar de actitud, de renovar nuestra fidelidad servicial y para sostener a otros que van a necesitar que yo esté en pie. Santa Luisa, no solamente vivió la crisis, la aceptó, le puso nombre a sus preocupaciones, sino que también se dejó acompañar para afrontar estos desafíos, que parecen ser hoy, muchos más que ayer.
Santa Luisa de Marillac, escribe una carta que nos sugiere medios para vivir la crisis y que hoy pueden ser un buen acto de oración y reflexión: A Sor Cecilia Angiboust en el año 1651, carta 392.
“Las abrazo a todas afectuosamente y las suplico que dirijan con frecuencia la mirada a la eternidad para que la esperanza de las rosas les consuele de las espinas. Es necesario trabajar por adquirir la igualdad de ánimo y la paz interior en todas las circunstancias que puedan presentarse, lo que parece en extremo difícil; pero podemos servirnos de dos o tres medios para lograrlo, que nos serán de gran ayuda: es, mis queridas Hermanas, el habituarnos a recibir los motivos de descontento como venidos de la mano de Dios, que es nuestro Padre y que sabe lo que nos conviene. El otro medio es pensar que la tristeza que pueda embargarnos no durará siempre; que apenas hayan transcurrido algunas horas, el sentimiento que nos domine será distinto del actual. Y el tercer medio para conservar la paz en medio de nuestras pequeñas turbaciones, es pensar que Dios ve nuestro estado, que, si amamos ese estado por amor de Él y para cumplir su Santísima Voluntad, lo que en el momento presente nos causa mucha pena, se convertirá un día en gran consuelo. Y esto es completa verdad. No pensemos, pues, sino en hacer el bien para agradar a Dios; la carencia de ayuda exterior por parte de las criaturas nos servirá para avanzar en la perfección del santo amor; porque ¿saben ustedes, queridas Hermanas, lo que hace Nuestro Señor cuando un alma está abandonada y desprovista de todo consuelo y ayuda de las criaturas, y es al mismo tiempo lo bastante feliz y animosa para hacer de esa situación el uso que acabo de decir?
Por tanto, hoy al recordar a Santa Luisa de Marillac, lo hacemos en un contexto especial, y como no podemos estar desafectados de la realidad que nos interpela, hoy su vida de santidad es un tesoro inspirador en nuestra vocación y en nuestra entrega en la Compañía como también en la Familia Vicentina. Santa Luisa nos impulsa a renovar todos nuestros espacios, a ser creativos en nuevas formas audaces de poder acompañar a nuestros enfermos y ancianos, como también de nuestros niños y jóvenes. El mejor regalo para celebrar esta Solemnidad, es mirar su ejemplo de verdadera y excelsa humanidad, de una santidad que se contruye, que se va forjando, una santidad que sabe de los verdaderos sinsabores de la vida, pero que nunca abandona el barco en medio de la tempestad y el naufragio, sino que sabiamente permanece estando atento a lo que el Señor nos vaya proponiendo como la mejor manera de ser agradables a Dios. Esta santidad encarnada en los dolores del mundo y de los pobres, es la Santidad de Santa Luisa de Marillac.
La mejor oportunidad hoy brota, a nuestros ojos, para reconfigurar nuestra identidad y nuestra manera de humanizar nuestras relaciones vocacionales, comunitarias, cristianas entre todo el mundo. Esto permite que la salud vuelva a ser lo que un día fue, un talante humanitario de una joven Luisa que empezó como sierva de los pobres enfermos, Hija de la Caridad, asumiendo el gobierno, la enseñanza y la entrega testimonial para que sus hermanas pudieran ser lo que hoy se les exige: sentirse HIJAS de un amor tan grande que renueva todos nuestros interiores. Gracias Santa Luisa de Marillac, por renovar la vida consagrada desde la audacia de la misión cumplida, contra viento y marea, aunque hoy el coronavirus haya frenado algo de la incensante caridad, santa y urgente.
Casi en la totalidad de la vida de Santa Luisa de Marillac, desde el día de su nacimiento el 12 de agosto de 1591, se enfrentaba a un mundo, lleno de crisis desde todo punto de vista. Nacía en una Francia, que sobrevivía a 30 años de guerras religiosas y a los manejos de Catalina de Médicis que había enfrentado a católicos y protestantes. Algunos biógrafos llegan a decir que nació en el suelo donde estaba sometida Francia. Hasta 1650, la geografía de Francia se ve cubierta por el mal que esparce el terror. La peste bubónica o pulmonar, avanza con rapidez devastadora. Inmediatamente aparece una epidemia grave, se provoca el pánico y la desesperanza por la muerte de la tercera, cuarta o mitad de la población de una región o provincia. Además de la carestía, la guerra, el hambre, crisis económica y social, la nobleza versus los campesinos, los niños expósitos, los enfermos, los ancianos, la pobreza de su propia vida también era una alarma de crisis que había que lidiar y afrontar.
Toda su vida, después de su paso por Poissy, hasta la experiencia de su mala salud para la entrada en la vida capuchina, como también su experiencia matrimonial con el Señor Legras, su viudez, la mortificación con su hijo Miguel, además de la búsqueda de la Voluntad de Dios, que siempre se iba mostrando con la sabia ayuda de sus directores espirituales y su temor de Dios, expresado en sus miedos, soledades, fatigas, angustias, escrúpulos, incomprensiones. También con las nacientes cofradías de la Caridad que iban concretando a través del paso por las parroquias, además de educar a niños y jóvenes en las pequeñas escuelas, ayudando a las Damas de la Caridad a realizar sabiamente la atención al pobre, como también dirigiendo y educando a la Compañía de las Hijas de la Caridad y a las nuevas hermanas, su servicio en los hospitales, dispensarios y su atención a los más pobres, sus esfuerzos por lograr la verdadera unión con Dios perfectamente.
Con Santa Luisa, al conmemorar 100 años desde su Beatificación en 1920, y celebrando su memoria litúrgica, recordamos con su figura de santidad, a una Mujer y Madre que se ha transformado en una santa que ha sabido vivir su servicio, entrega y vocación en un contexto de crisis durante toda su vida, con las herramientas de la sencillez, humildad, caridad como también de su delicada conciencia de que tenía que realizar permanentemente en su vida, un gran Ephattá.
Abrirse a las mociones del Espíritu, una Luz, que sólo supo dilucidar sus dudas y llenarla de la convicción de que la Caridad de Cristo nos urge y que, para ello, había que ser Audaz para tener un nuevo impulso misionero en la Compañía. Hoy en contexto de crisis por la pandemia del Coronavirus, es menester, mirar la santidad de Santa Luisa como una santa que se forjó a la luz de las dificultades, miedos, vacíos, soledades, enfermedades, CRISIS, en definitiva, pero nunca dejando de lado, una gran esperanza, fe y un amor que la mantuvo firme en su vocación.
Como nos recordará uno de los textos de una de las hermanas de la Compañía, Sor Elizabeth Charpy, en su libro, Contra viento y marea, expresa con notoriedad la experiencia de Santa Luisa de Marillac. Su gran deseo era ser fiel al designio de Dios sobre ella. Pero ¿Cómo llegar a realizar ese proyecto de Dios, como ser fiel a su voluntad, si numerosos obstáculos le cerraban el camino y amenazaban con hundir su frágil embarcación? En octubre de 1655, escribiría al Señor Vicente:
“Tengo gran necesidad de aprender a prepararme para ello (a salir de este mundo), y es lo que espero de su Caridad para no naufragar antes de llegar a puerto, meta de mi navegación”
Estas preguntas se hacen hoy más pertinentes que nunca para hacer frente a una de las CRISIS más grandes que haya vivido la humanidad, y que nos ha llevado a naufragar en muchos aspectos, especialmente en nuestra organización, estructura y formas de vida. Este Coronavirus ha hecho que literalmente naufraguemos en nuestra vida terrena y espiritual, como si fuera un gran viento y marea.
Santa Luisa, nos diría, que es posible hoy, construir ese paraíso para los pobres, a pesar de que nuestro servicio se vea debilitado por distintas formas nuevas que nos han aconsejado para hacer llegar nuestra caridad a aquellos que su vida es totalmente una crisis. La necesidad de vivir en la comunidad, con nuestra oración en común, con nuestra vivencia personal de esta crisis de la pandemia, como también los espacios que encuentro de tranquilidad o de silencio, tienen que ayudar a seguir forjando lo que Santa Luisa nos ha enseñado como testimonio.
Se suele decir que las crisis sacan lo mejor y lo peor de la persona humana, por tanto, es un tiempo también de examinar y saber que es lo que estoy haciendo, donde estoy cimentado o ubicado, donde están nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros sueños y anhelos, como también nuestros miedos y errores. La pandemia nos da una oportunidad para poder cambiar de actitud, de renovar nuestra fidelidad servicial y para sostener a otros que van a necesitar que yo esté en pie. Santa Luisa, no solamente vivió la crisis, la aceptó, le puso nombre a sus preocupaciones, sino que también se dejó acompañar para afrontar estos desafíos, que parecen ser hoy, muchos más que ayer.
Santa Luisa de Marillac, escribe una carta que nos sugiere medios para vivir la crisis y que hoy pueden ser un buen acto de oración y reflexión: A Sor Cecilia Angiboust en el año 1651, carta 392.
“Las abrazo a todas afectuosamente y las suplico que dirijan con frecuencia la mirada a la eternidad para que la esperanza de las rosas les consuele de las espinas. Es necesario trabajar por adquirir la igualdad de ánimo y la paz interior en todas las circunstancias que puedan presentarse, lo que parece en extremo difícil; pero podemos servirnos de dos o tres medios para lograrlo, que nos serán de gran ayuda: es, mis queridas Hermanas, el habituarnos a recibir los motivos de descontento como venidos de la mano de Dios, que es nuestro Padre y que sabe lo que nos conviene. El otro medio es pensar que la tristeza que pueda embargarnos no durará siempre; que apenas hayan transcurrido algunas horas, el sentimiento que nos domine será distinto del actual. Y el tercer medio para conservar la paz en medio de nuestras pequeñas turbaciones, es pensar que Dios ve nuestro estado, que, si amamos ese estado por amor de Él y para cumplir su Santísima Voluntad, lo que en el momento presente nos causa mucha pena, se convertirá un día en gran consuelo. Y esto es completa verdad. No pensemos, pues, sino en hacer el bien para agradar a Dios; la carencia de ayuda exterior por parte de las criaturas nos servirá para avanzar en la perfección del santo amor; porque ¿saben ustedes, queridas Hermanas, lo que hace Nuestro Señor cuando un alma está abandonada y desprovista de todo consuelo y ayuda de las criaturas, y es al mismo tiempo lo bastante feliz y animosa para hacer de esa situación el uso que acabo de decir?
Por tanto, hoy al recordar a Santa Luisa de Marillac, lo hacemos en un contexto especial, y como no podemos estar desafectados de la realidad que nos interpela, hoy su vida de santidad es un tesoro inspirador en nuestra vocación y en nuestra entrega en la Compañía como también en la Familia Vicentina. Santa Luisa nos impulsa a renovar todos nuestros espacios, a ser creativos en nuevas formas audaces de poder acompañar a nuestros enfermos y ancianos, como también de nuestros niños y jóvenes. El mejor regalo para celebrar esta Solemnidad, es mirar su ejemplo de verdadera y excelsa humanidad, de una santidad que se contruye, que se va forjando, una santidad que sabe de los verdaderos sinsabores de la vida, pero que nunca abandona el barco en medio de la tempestad y el naufragio, sino que sabiamente permanece estando atento a lo que el Señor nos vaya proponiendo como la mejor manera de ser agradables a Dios. Esta santidad encarnada en los dolores del mundo y de los pobres, es la Santidad de Santa Luisa de Marillac.
La mejor oportunidad hoy brota, a nuestros ojos, para reconfigurar nuestra identidad y nuestra manera de humanizar nuestras relaciones vocacionales, comunitarias, cristianas entre todo el mundo. Esto permite que la salud vuelva a ser lo que un día fue, un talante humanitario de una joven Luisa que empezó como sierva de los pobres enfermos, Hija de la Caridad, asumiendo el gobierno, la enseñanza y la entrega testimonial para que sus hermanas pudieran ser lo que hoy se les exige: sentirse HIJAS de un amor tan grande que renueva todos nuestros interiores. Gracias Santa Luisa de Marillac, por renovar la vida consagrada desde la audacia de la misión cumplida, contra viento y marea, aunque hoy el coronavirus haya frenado algo de la incensante caridad, santa y urgente.
P. Álvaro Tamblay, C.M.