P. Pedro Hahn (1910-2006)

El Padre Pedro Marie Hahn Nécesson nació en Pantin (Seine), Diócesis de París en Francia, el 13 de agosto de 1910. Sus padres fueron Don Nicolas Hahn y Doña Julie Félicité NécessonFue admitido en la Congregación de la Misión el 27 de julio de 1930, emitió los Votos el 7 de octubre de 1933, en París y fue ordenado sacerdote el 3 de julio de 1938, en Dax.

Su primer destino fue la misión en China, donde trabajó durante 11 años (1938-1949). En 1950 estaba como profesor de la Escuela Apostólica de Gentilly (Seine). Entre 1951 y 1954, estuvo a cargo de la casa de Salónica en Grecia y también de la Escuela Apostólica de Zeitenlicle. En 1954 volvió a París.

En 1955 es enviado Chile, donde cuyo primer destino fue la Escuela Agrícola de Graneros, desde donde salía a dar misiones en los campos. En 1967 es destinado a la Casa Central en Santiago, desde donde también saldrá para las misiones en el campo.

En 1968 residía en Macul, también dedicado a las misiones. A comienzos del año 1969, pide volver a su provincia de origen, París, y así se lo conceden los visitadores, P. Francis Ruiz (Chile) y André Pasquereau (París). Sin embargo, el 17 de septiembre de ese mismo año, el Visitador de París escribía al P. Ruiz y a Monseñor Enrique Alvear, por entonces obispo de San Felipe, autorizando al P. Pedro para que volviera a Chile, según los deseos del mismo Padre, quien había acordado con Monseñor Alvear ir a trabajar a su diócesis.

Trabaja algún tiempo en san Felipe y luego asume la Parroquia de Los Sauces en al Diócesis de Temuco, donde permanece hasta 1979. En 1980 estaba en la Casa Madre en París y en 1981 en Ngsimalen (Camerún), volviendo a sus andanzas misioneras. En 1983 vuelve a París, a la Casa Madre, donde permanece, en cuyo centro médico, fallece el 26 de abril de 2006.

La gran pasión del P. Pedro fueron las misiones entre “los pobres del campo” y es a lo que dedicó toda su vida. Cuando se le preguntaba qué otros ministerios podría desempeñar, sólo mencionaba la formación del clero (en lo que había trabajado en algún momento). Sobre la posibilidad de predicar ejercicios espirituales, respondía que sí lo podría, pero siempre dirigidos a los pobres del campo.

El profesor Mario Noceti Zerega, que fuera estudiante en nuestra Congregación, escribía el 15 de octubre de 2006, al enterarse de la muerte del P. Pedro Hahn, el siguiente testimonio, en carta dirigida al Visitador de la época:

Le conocí en Graneros, cuando ingresé a la Congregación… Era compañero de seminario del P. Enrique Padrós, (se ordenaron el mismo día y año, pero “como con una hora de diferencia”, como él decía, pues fue un número muy grande de ordenandos) fue un sacerdote que trabajó incansablemente por hacer en realidad en Chile las misiones a los pobres del campo. “Evangelizare pauperibus misit me”, era para él, algo más que un lema o un versículo bíblico. Era una orden, un mandato perentorio. En eso fue intransigente. También fue intransigente en el “espíritu primitivo vicentino” y en la ortodoxia católica. Para los de sus tiempo era un sacerdote intransigente u obsoleto. Hoy se lo tacharía de fundamentalista. A quienes le conocimos nos dejó grandes lecciones. Fue un hombre que no perdía jamás el tiempo.

 Fue un sacerdote de oración, fervoroso, profundamente convencido de la grandeza de su misión y de la sublimidad del sacerdocio. Por eso, fue una persona de costumbres muy puras. Se puede decir que fue por la vida con el Evangelio en una mano y con el ejemplo de San Vicente de Paúl en la otra. Fue un hombre alegre. Muy alegre, sin caer en los excesos del bullicio o la exageración. Reía con la cristalina ingenuidad y pureza con que ríen esas fuentes que no alcanzan a romper el sagrado silencio de un claustro.

 Nos dejó el ejemplo de su entrega generosa y alegre. Como San Pablo, se hizo todo a todos para ganarlos a todos para Cristo. Por eso aprendió el mapudungún. Sentía un cariño inmenso por los mapuche y eso explica sus largas estadías al interior de Temuco, de donde regresaba, casi siempre, lleno de piojos, pues se alojaba sin asco en las rucas mapuches. DE esto doy testimonio porque lo vi. A muchos sólo les queda el recuerdo del P. Pedro bueno para caminar y correr. Sí. Un verdadero correcaminos, un correcaminos de Dios. Sabía también que “Caritas Chisti urget nos”. Era urgente para él caminar mientras había luz… Amaba a los niños. Jugaba con ellos, cantaba, inventaba entretenciones, enseñaba trabalenguas y los evangelizaba premiando sus respuestas con “estampitas”. ¿Cuántos miles de estampitas y medallas repartió el Padre Pedro en su vida?

 Cuando se lee la síntesis de lo que fue su periplo como misionero, hay que admitir que fue un vicentino de cuatro continentes. Su primer destino fue China (igual que el P. Padrós). Sin Mao, tal vez se hubiera quedado allí para siempre. No eran los años de San Juan Gabriel Perboyre y fue expulsado. Toda la vida se acordará de China. No olvidó el idioma. Creo que sólo el castellano no lo llegó a dominar bien. Los mapuche decían que hablaba el mapudungún mejor que el castellano y en la embajada de Francia le dijeron, en cierta ocasión, que parecía mentira que hubiera nacido en París. Más bien se hubiera dicho que era de Puchuncaví. (Lo contaba riéndose). Me contó el Padre Enrique (Padrós) que a África llegó subrepticiamente. Se suponía que su misión era ir a dejar a un diácono a Camerún. Por lo visto, de quedó él también. Era así. Enamorado de su vocación, enamorado de la Misión, enamorado de su tarea. Con algunas excentricidades. ¿quién no las tiene? Sólo que en los hombres extraordinarios son más notables.

 El Padre Pedro estuvo en Chile, como dice el Boletín (Provincial), pero no sólo estuvo. Actuó. Hizo mucho. Conviene no olvidarlo, porque es increíble que, en una Provincia canónica tan pequeña, ha habido gigantes de la tarea que San Vicente encomendó a sus hijos e hijas. De alguna manera, hombres como el P. Pedro, como el P. Padrós y otros, mantuvieron encendida la hoguera, lucharon, esperaron, igual que Abraham, contra toda esperanza. Escribieron, con su vida, páginas cuyos trazos se hacen invisibles con el tiempo. No olvidemos que Dios escribe en renglones torcidos.