En la Casa de Hermanas Mayores, Nuestra Señora de la Asunción, falleció a las 4 de la madrugada de hoy, Sor Lucía del Carmen Cancino Droguett, de 93 años. En los últimos días había estado internada en el Hospital San José, pero en la tarde de ayer había sido trasladada a la casa, donde finalmente falleció.
Sor Lucía había nacido en Doñihue, el 10 de junio de 1926. Sus padres fueron Don Oscar Cancino y Doña María Droguett. Es la segunda de cinco hermanos: María, Lucía, Oscar, Inés (también Hija de la Caridad) y Orestes, de los cuales sobreviven los dos últimos.
Ya en la Compañía, hizo estudios de enfermería, durante cuatro años, en el Hospital de Talca. En ese mismo Hospital, en 1954, los médicos le diagnosticaron equivocadamente apendicitis y la operaron. Sin embargo, tenía tifus, que era una enfermedad de alta mortalidad en la época. Se hizo una cadena de oración por ella y se salvó, sobreviviendo por todos estos años, en general con muy buena salud.
Es recordada como una hermana dulce, tierna, delicada y generosa. Trabajó por largos años en el Hospital El Salvador de Santiago , donde se ganó el cariño de todos por su esmerado servicio y por la dulzura de su carácter.
Cuentan que cuando un pobre necesitaba atención médica y ya no había números, ella acudía con tiernos acentos al médico, a fin de conseguir que atendiera a ese pobre: «papito, mijito, necesito un ratito para él (o ella), no alcanzó número»… Ningún médico negó a su petición, sino que la respuesta era: «Espere, Sor Lucía, voy enseguida…»
Pero no sólo los enfermos eran beneficiados por el esmero y la exquisita caridad de Sor Lucía, sino también los funcionarios del Hospital, especialmente los empleados de servicio, los más humildes. Es así como no era raro que alguno de ellos tocara el timbre en la Comunidad diciendo: «Sor Lucía me dijo que pasara al jardín a tomar limones» y «no había cómo decirle que no, ya que lo que mandaba la Madre Lucía era palabra de Dios», comenta una de sus Hermanas Sirvientes. Y agrega: «Ella era todo bondad para los médicos, para los funcionarios… era amor sin medida… Todos la amaban…»
Cuando a Sor Lucía se le diagnosticó anemia y tenía indicado comer carne, muchas veces fue sorprendida guardando su porción de carne, para luego llevarle a uno de los funcionarios más pobres del Hospital. Al ser advertida que ella necesita esa alimentación, contestaba que aquel pobre hombre está todo el día en su lugar de trabajo y nadie se preocupa de él… Y no había Hermana Sirviente que pudiera convencerla de lo contrario, porque además, tenía razón.
Eran innumerables las cosas que podía conseguir para los pobres. Además ella todo lo regalaba, no reservaba nada para sí misma. Por eso cuando alguna vez estuvo enferma y debió guardar reposo por largo tiempo, la gente se las ingeniaba para visitarla y dejarle regalos. Regalos sencillos, pequeños. Regalo de pobres, pero que contenían amor y gratitud.
Cuando los superiores decidieron trasladarla desde el Hospital Salvador a la casa de la Asunción, hubo gran resistencia de parte de los funcionarios del Hospital. Incluso escribieron a Roma, para evitar ese traslado.
Sor Lucía, además cultivó la música y el canto. Y algo muy importante, nunca habló mal de sus hermanas, ni del capellán, ni de los Padres Vicentinos, ni de nadie. Ella sentía una gran veneración por los sacerdotes y especialmente por los capellanes del Hospital. Eso no cabía en ella. A todos trató con dulzura y amor.