Hace mucho rato que vengo dándole vueltas en la cabeza a todo lo que ha ido pasando en mi iglesia, en nuestra iglesia. Y la verdad, quiero enfrentar todo esto con alegría y esperanza, pero me ha costado mucho, será porque estoy más viejo, o porque varios, por no decir muchos de mis amigos, hermanos de caminar hoy están en tela de juicio o de frentón han sido los que han cometido abusos, excesos, pecados, maldad…. Tanta cosa. Y eso ha hecho que muchos otros amigos, hoy los siento lejanos, dolidos, enrabiados, y con justa razón.
Por eso me he demorado en escribir esto y no hallaba como comenzar, y me acorde de la carta de don Raúl, el bueno de don Raúl Silva Henríquez, cuando habló de la Iglesia que él quería. Yo también tengo un sueño de Iglesia, y quiero compartirlo.
Quiero una Iglesia. Eso. UNA, no una iglesia de santos y otra de pecadores, no una iglesia de laicos y una de consagrados o como queramos denominar a esa otra parte, posiblemente ínfima que es la de los consagrados, curas, monjas, obispos, papa. No, quiero una sola, con diferentes roles y funciones, una iglesia en la que como decía el amigo de Tarso no seamos ni esclavos ni hombres libres, ni judíos ni griegos, sino uno en Jesucristo. La riqueza de la Iglesia, como comunidad de fieles y creyentes radica en reconocer la experiencia de Jesucristo. El nos une y plenifica, Creo que durante muchos años, y posiblemente siglos hemos tenido un clericalismo grande, pesado. Esa famosa frase “Roma Locuta causa finita” nos hizo mucho daño. En América, la fuimos medianamente superando a partir de Medellín y Puebla, en las Comunidades Eclesiales de Base, ese espacio común donde TODOS, no solo algunos, sino todos podíamos y hacíamos reflexión teológica, hablábamos de la vida, y de cómo Dios tocaba esa vida. No recuerdo en qué momento esas CEBs comenzaron a atomizarse, a diluirse, a desaparecer, y volvimos a la reflexión hecha solo desde el cura, nos sumergimos en una estructura en la que los laicos perdieron la palabra. O mejor dicho en la que los laicos se marginaron de esa palabra….
Hoy estamos en un momento crucial para recuperar la Iglesia, pero no sólo desde los laicos, sino entre todos. Por eso sueño con UNA iglesia, en la que TODOS y TODAS TENGAMOS LUGAR. Cuando escucho o leo a los laicos que dicen que todos los curas y monjas debemos irnos, que todos los obispos deben renunciar, que ya no queremos más que nos den obispos designados, que no dejaremos que los curas decidan por nosotros, me parece respetable, pero mi pregunta también apunta a qué esperan de nosotros, los que nos hemos consagrado para acompañar al pueblo de Dios, en cuanto al servicio, porque a mí no me gusta estar donde no me llaman, ni me gusta meterme en lo que no me importa. Y si para los laicos mi servicio sacerdotal ya no es importante me siento marginado. Yo también soy parte de la Iglesia, también quiero cambios, pero también espero cosas de los demás que conforman conmigo esa Iglesia. Y aquí salto a otro punto.
Sueño una IGLESIA INCLUSIVA, es decir una Iglesia en la que todos y todas tengan cabida, una Iglesia que no margine, sino que integre. Y eso significa tener una Iglesia que acepte la diversidad en todos sus espectros: las mujeres, los migrantes, la diversidad sexual, etc. Una Iglesia que no pregunte de que tendencia sexual ni política eres o a quien amas. Hoy se ha mezclado una serie de cosas frente al tema de las Violaciones a los DDHH vividas al interior de ella. Y digo violaciones a los derechos humanos porque eso ha sido, cuando un miembro de la Iglesia, sacerdote, obispo, diácono, laico, hombre o mujer, abusa de un niño, o de un adulto, sea de cualquier forma, sexualmente o a través del abuso de conciencia es una violación a los DDHH, y debe ser sancionado, tanto eclesial como civilmente, eso para mí no está en cuestionamiento. Pero qué pasa con quienes tienen una orientación sexual diferente y han optado por el ministerio, sean homosexuales o lesbianas ¿Deben ser juzgados o apuntados con el dedo? ¿Estigmatizados?. Hoy muchos han sido denunciados por conductas contra el sexto mandamiento por el solo hecho de ser homosexuales. Dicen que uno de los Administradores Apostólicos, pidió perdón, por el pecado de homosexualidad del clero. No sabía que aún el ser homosexual era pecado. Para mí el pecado está en la homofobia, está en la discriminación. Creo que nadie está obligado a presentarse como hetero u homosexual en ninguna parte. El pecado y el delito es el de pedofilia, el abuso de menores, el abuso de conciencia. Esos delitos han de ser denunciados, enjuiciados y castigados. Pero en todo ámbito. No solo en el eclesial, sino que en todos lados. Nadie puede culpar solo a un sector o a una institución sino que debemos como cristianos, generar una cultura del autocuidado y de la defensa irrestricta a los más débiles.
Sin embargo, también frente a todas estas denuncias debemos mantener los principios del derecho y uno de ellos es la presunción de inocencia. Nadie es culpable hasta que se compruebe lo contrario. Porque dañar la honra de alguien también es un pecado grave. Muchas veces es matar a alguien. Lo digo porque conozco casos de curas y laicos que han sido denunciados, sus casos revisados sea por la justicia civil, sea por la eclesial, sea por ambos; que han salido absueltos y no porque las causas hayan prescrito, sino porque no hubo ni medios probatorios o porque se comprobó lo contrario. y que luego nadie se ha preocupado de limpiar su buen nombre y su buena reputación, ahí también se debe apelar a la misericordia y a la verdad y tener la capacidad de decir luego, esto no fue así y luchar con el mismo ahínco en sacar de las páginas de donde han sido denunciados, sus fotos y de aclarar públicamente que lo dicho no fue de la manera como primero se presentó.
De la misma manera a aquellos que han delinquido, que han cometido esos abominables hechos, también he de tenderles una mano porque aunque no me guste, también son hijos de Dios y miembros de la Iglesia. La Iglesia no se divide en la Iglesia de los santos y la de los pecadores. La Iglesia de los sacerdotes buenos y la Iglesia de los sacerdotes malos, la Iglesia del Mariano Puga y la Iglesia de Fernando Karadima. La Iglesia es una.
Esa Iglesia pecadora me ayuda y permite reconocer mis propias faltas y pecados, los míos y los de todos. Y me lleva a recordar el compromiso de nunca más. La Iglesia más santa y buena me permite ver hacia donde debo caminar, pero así y todo, recordar siempre que la Iglesia tiene la santidad de Dios y no la de los hombres. Si yo no acepto esta Iglesia pecadora, delictual, abusadora, y no miro a los que han cometido esos deleznables delitos, se me cae el discurso de la misericordia, del amor, de la caridad. Me olvido del por qué o por quien Jesús murió en la cruz, se me cae el tinglado de la pastoral penitenciaria. Todos necesitamos de la misericordia de Dios. Por último todos necesitamos de la experiencia de Dios en nuestros corazones para convertirnos. Si decimos que esos curas, obispos y monjas no deben estar en la Iglesia, significa que no comprendimos nada de lo que decimos profesar. Nadie esta demás en la Iglesia, nadie.
Por supuesto que sueño con una Iglesia más horizontal, en la que todos y todas tengamos cabida, en la que todos asumamos responsabilidades, en la que todos nos sintamos comprometidos. No solo cuando las cosas marchen bien, no solo cuando nos conviene. No me gusta ver una Iglesia en la que digamos que los imprescindibles somos los curas, obispos y jerarquía, pero tampoco me gusta pensar en una Iglesia solo de los laicos, cada uno tiene roles y funciones diferentes y cada uno ha de cumplir lo que se ha comprometido. No quiero una Iglesia en la que los curas digamos u ordenemos lo que el resto deba hacer, pero tampoco quiero una Iglesia en la que los laicos me impongan cosas. Es que los curas deben ser casados. Como si el matrimonio resolviera todos los problemas de la sociedad. Es que los laicos debemos decidir las cosas de la Iglesia como si los consagrados solo estuviésemos para dar sacramentos y punto.
A veces hay frases que juegan en contra. “Es el tiempo de los laicos”. El tiempo de los laicos es desde hace rato, encíclicas como la Rerum Novarum y la Christie fidelis laici, hace mucho que fueron escritas, y sin embargo el mundo no ha sido mejor. Los laicos también han cometido errores, profundos. Si fuera por eso, por la responsabilidad que han asumido los laicos de manera coherente y consecuente, nuestros sistemas políticos, judiciales, normativos, laborales, deportivos, serían mucho mejores. No vaya a ser cosa que hoy queramos generar espacio dentro de la Iglesia, mirándola como mero constructo humano o como hemos mirado a los partidos políticos y así como aparecieron los llamados operadores políticos, en la Iglesia queramos generar especie de operadores pastorales, que también pueden llegar a generar daño y división a una institución que ya está lo suficientemente dañada y herida por quienes debíamos de cuidarla profundamente porque representa el cuerpo místico de aquel que dio la vida por nosotros.
Sueño con una Iglesia de todos y de todas, donde niños, mujeres, adultos mayores, homosexuales, lesbianas, jóvenes, se sientan no dueños, sino parte de ella, responsables de ella. En donde curas, monjas, obispos, diáconos, laicos, asumamos con amor la tarea comenzada por Jesucristo. En donde el Reino de Dios sea una propuesta coherente para y de todos.
Ese es mi sueño de Iglesia, desde el pecado a la redención, desde el fango a la purificación, desde el dolor a la alegría. Es una tarea de todos y de todas, inclusive los que la han manchado, mancillado. La Iglesia está llamada a pedir perdón, a arrepentirnos, a cumplir con su voz profética, pero en eso estamos todos, no sólo algunos. Los obispos han de pedir perdón por sus negligencias, faltas y delitos, igual que los curas y lo mismo los laicos. Que Jesucristo nos ayude a cumplir esta misión, que seamos capaces de asumirla todos juntos, con dolor, con entereza, con coraje y esperanza.
Alejandro Fabres, C.M.