Los días van avanzando y con ellos las horas parecieran ser tan largas como la espera para ver anochecer. Conforme pasa el tiempo, hemos podido recorrer kilómetros, visitando cada casa con la que nos topamos a la vera del camino. Es una lastima decir que la recepción esta teniendo un sabor amargo, ya que la realidad de este pueblo es muy diversa a lo que experimentamos anteriormente y muy distinta de la que uno podría imaginar.
La lejanía entre una casa de otra, hace ver casi imposible el acceso a la capilla y peor aun poder participar de la Eucaristía. La gente. por otro lado, se va envejeciendo y los jóvenes, por razones de estudios, tienen que salir del «campo» -como le llaman ellos a este sector- y el trabajo de hombres y mujeres hacen que las puertas de los vecinos simplemente no se abran para nosotros.
Pero en este adverso panorama, nos encontramos con el otro lado de esta gente. Algo que nunca llegamos a imaginar y que sólo se hacia realidad en las bromas durante ¡nuestras comidas, o en los tantos y diversos memes que uno ve por las redes sociales.
Aquí pareciera que el tiempo volvió atrás, desde tener que lavar la ropa en un canal y escuchar «anda a la huerta a sacar…» Son acciones que, para nosotros, parecían pertenecer a un pasado muy lejano. También se ha hecho muy común ver por facebook aquella imagen que señala a un padre o una madre y dice algo así como: «solo quienes… entenderán»… y aquí observamos con impresión cómo se comparte aún lo poco que se tiene… donde un pan se parte en tres, para que así todos podamos comer; donde un huevo de campo y un trozo de pan amasado son muestras de afecto para con los misioneros, a quiénes se les agradece la presencia en sus hogares (a los pocos que hemos podido entrar).
Resumiendo, creo que puedo afirmar que la fe no ha muerto y que los escándalos que hemos dado como Iglesia, están lejos de ser causa de la baja en la participación en la misa. Es sólo que los campesinos se han vuelto viejos, otros han muerto y los jóvenes que no se ven, no es que no quieran, sino que no están aquí. Además, la crisis vocacional aquí se hace sentir mucho más que la baja de del número de alumnos de un seminario. Aquí la gente quiere, desea— pero todos dicen «ya no es como antes»… Agradecen que se visite sus casas, oran y tienen a Dios por sobre todo, pero hace falta más sacerdotes que no dejen enfriar la fe de estos hermanos, que tan lejos están de una parroquia o de una catedral… donde no importe la cantidad, ni si hay o no juventud; donde al parecer la misa ya no es tan esencial (viendo la realidad), sino más bien, la vista del hogar es lo que a ellos les satisfará.
Termino con una pregunta que un niño me hizo al verme lavar la ropa en el canal :¿Tío, a usted se la ha ido alguna vez la ropa al lavarla en el canal?… Ojalá se entienda el trasfondo de la pregunta y no lo chistosa que ésta pudiera ser… Santiago no es Chile y la realidad/comodidad de muchos no existe aquí.
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