A las 15.15 de este Domingo de Pascua, 12 de abril de 2020, falleció Sor Silvia Muñoz, Hija de la Caridad, víctima de un agresivo cáncer que la afectaba desde hace algún tiempo. En las últimas semanas había recibido la Unción de los Enfermos y había renovado sus Votos en su lecho de enferma. Había mandado celebrar misa para poder por su buena muerte y para prepararse para su «pascua» con mucha paz, sin miedo ni temor y confiando al señor, al que le pedía que se acordara pronto de ella.
Sor Silvia del Carmen Muñoz Urrutia había nacido en La Calera, Región de Valparaíso, el 30 de diciembre de 1933 y sus padres fueron Don Romilio Muñoz y doña Ana Urrutia, tuvo dos hermanos y una hermana, la que ayudó arriarla junto a su abuelita, ya que su mamá falleció cuando ella era pequeña. Ingresó a la Compañía el 25 de septiembre de 1956.
Sor Silvia era profesora normalista y por lo mismo, su vida como Hija de la Caridad estudio dedicada especialmente a la Educación. sirvió en colegios como Santa Luisa de Marillac de Santiago, Margarita Nasseau de Tomé,San Vicente de Paúl de Copiapó, en el Hogar santa Ana de Quilpué y en la Escuela Santa Anna de Valparaíso, donde permaneció por 20 años y dio clases de religión y de artes manuales. Era muy artista, le gustaba la belleza del baile, la danza, el teatro, le gustaban mucho las flores.
Sus últimos años fue destinada al Hospital Salvador de Santiago, donde descubrió esa otra faceta de una Hija de la Caridad: acompañe y servir a os enfermos y a sus familiares. Fue muy feliz en ese servicio. Cuando se le declaró en cáncer, que poco a poco fue siendo más agresivo, los superiores decidieron que fuera a la Casa de La Asunción, para cuidarla mejor en su enfermedad.
Era una mujer muy espiritual, piadosa y espontánea. Uno de sus santos favoritos era el Santo Cura de Arsenal, por su sencillez y mortificación; le gusta leer su vida. Pero también era una persona que disfrutaba de las cosas de la vida, de una buena comida, de una buena película y de combatir con los demás. Era muy cariñosa. Hasta sus últimos días, cuando algún seminarista o algún Padre que ella había conocido desde joven, lo trataba con mucho afecto y con su típica expresión: «mijito».
Recibió la gracia de partir a la Casa del Padre justo el día de la Resurrección del señor, quizá como un premio por todo el bien que hizo y la alegría que prodigó, entre quienes compartieron con ella.