Hace una semana y media aproximadamente, fueron expulsados de Chile 51 colombianos. Todos ellos, según lo señalado por las noticias tenían antecedentes penales, estaban ligados al narcotráfico, y estaban cumpliendo penas. Fueron deportados a su país, con el compromiso de que no vuelvan nunca más a nuestro país.
La mayor parte de la gente, según algunas encuestas, aplaudió la medida. Pero quedé con un sabor amargo. No porque, como pueden pensar algunos, amparo el narcotráfico o la delincuencia, sino porque creo que hoy por hoy, a partir de lo que la prensa ha ido difundiendo, sin mayores fuentes reales, estamos criminalizando a ciertos grupos sociales, especialmente a los migrantes.
Pero no a cualquier migrante, no, sino a los migrantes que son pobres. Es decir, nos molestan los migrantes pobres, especialmente si estos tienen rasgos indígenas, afroamericanos, y más aun si hablan o tienen una cultura muy diferente a la nuestra.
La filósofa española Adela Cortina creó hace no más de diez años un neologismo, una palabra nueva, para definir lo que los chilenos estamos viviendo. Aporofobia.
La aporofobia es el odio (fobia) a los pobres (aporos). La mayoría de la gente dirá que no es así, que los que fueron expulsados eran delincuentes, que venían a dañar a los chilenos, que eran parásitos, etc.
Sin embargo, no expresamos nada de los consorcios extranjeros que se han adueñado del agua, del litio, de nuestras redes comunicacionales (telefonía, Chile tiene la telefonía más cara de toda Latinoamérica, caminos, medios de comunicación), no, ellos vienen a invertir. Pero la inversión es triplicada en las ganancias que se están llevando fuera. Pero como son rubios, de ojos azules, hablan bonito (siempre hemos sentido debilidad por las lenguas extranjeras, especialmente el inglés, francés, alemán, yugoslavo etc.) vienen a mejorar la raza.
Me ha tocado escuchar en estos días que las enfermedades como la tuberculosis, la difteria, la rubiola, han aumentado y se han triplicado. Que el SIDA se ha disparado y se ha convertido en un problema epidemiológico porque los haitianos lo han traído, porque todos vienen infectados. Nadie me ha hecho llegar pruebas objetivas, gráficos, o estudios serios. Sólo que el Ministerio de Salud lo ha dado a conocer ¿dónde? Aún no lo sé. El SIDA ha aumentado porque no se han continuado políticas que apunten a la educación sexual clara dirigida hacia adolescentes y jóvenes, pero no porque hayan llegado más o menos migrantes.
A los peruanos, los hemos dejado medianamente tranquilos porque su migración ya se está asentando en nuestra patria (tienen más de veinte años) Muchos de ellos han encontrado su nicho en el rubro gastronómico y eso les ha permitido mejorar su situación. Ya tienen hijos en nuestro país, están cotizando y pagando impuestos, lo que los hace sujetos de derecho. Ya se están incorporando a la sociedad chilena, lo mismo que pasó en el siglo pasado con la comunidad palestina. Es parte de los procesos de decantación social que se viven siempre.
Ahora tenemos a los venezolanos, quienes en su mayoría han llegado buscando mejores posibilidades económicas, los colombianos, que han llegado, inclusive algunos buscando la calidad de refugiados producto de la violencia institucionalizada que existe en Colombia; ecuatorianos, especialmente de origen otabaleños, etnia que se dedica principalmente al comercio y nuestros buenos haitianos, que han llegado escapando de una realidad de miseria profunda de la cual todos nos enteramos a través de las noticias y que aquí algo ha mejorado.
Sin embargo hemos ido criminalizando a muchos de ellos: Las colombianas y colombianos, vienen a prostituirse y a traficar con droga, los haitianos viven como animales no hablan castellano, y viven casi de la mendicidad, los ecuatorianos solo se dedican al comercio ambulante, los venezolanos nos roban el trabajo.
Hay algunos municipios que están penalizando el trabajo ambulante porque son parte de redes que perjudican al comercio establecido. Mi pregunta, esas redes ¿las manejan extranjeros o chilenos? ¿por qué debemos castigar a los vendedores y no vamos por aquellos que las sostienen?. Si los colombianos se prostituyen o viven del narcotráfico, porque no planteamos políticas que apunten a desarrollar las posibilidades de incorporación social como lo hicieron con nosotros en Suecia, Noruega o Finlandia cuando tuvimos nosotros que salir al exilio. Lo mismo con los haitianos, Y si los venezolanos vienen a robarnos el trabajo, será que atienden mejor, son más atentos, más preocupados de la atención al cliente, o inclusive son más preocupados de su presentación personal que los chilenos.
Los pobres nos complican porque debemos compartir con ellos los recursos que muchas veces pensamos que son solo para los chilenos, como pasa con los bonos que el Estado otorga.
Todo lo que he señalado lo he escuchado de personas, algunos católicos de misa, que tratan de justificar su fobia por los migrantes disfrazándola de una supuesta caridad cristiana, “yo lo digo por su bien”, “en su país estarían mejor”, “debemos preocuparnos por nuestros pobres primero”. Nos olvidamos que ser cristianos nos lleva a velar por el huérfano, la viuda y el extranjero, y que una de las frases del evangelio nos dice que “fui forastero y me acogiste”. Y los que no son cristianos el acoger al migrante nos hace hacernos uno con el otro. Reconocer en el otro a un ser humano.
No nos dejemos llevar por todo lo que dice la prensa, no creamos todo lo que aparece en la internet y en las redes sociales. Los migrantes, sean pobres o ricos, no son mejores ni peores que nosotros, son iguales a nosotros. Su formación profesional, laboral, social, es similar a la nuestra. No nos van a dañar socialmente, al revés, la migración siempre es un aporte para nuestra sociedad, nos hace ser más tolerante con nuestros propios defectos, nos complementa desde nuestra diferencia. No sigamos cultivando la xenofobia y la aporofobia. Démosle una posibilidad a la diferencia cultural.
Alejandro Fabres, C.M.