Mes Vicentino comienza con la memoria de los misioneros mártires de la Revolución Francesa

El mes de septiembre es calificado como el Mes Vicentino, no sólo porque este mes se celebra la Solemnidad de San Vicente de Paúl, en el aniversario de pascua o dies natalis, el día 27, sino también porque en el curso del mismo se celebra la memoria de varios otros santos y beatos vicentinos.

Es así como el día 2 de septiembre, se celebra la memoria de los Beatos Luis José François y sus compañeros mártires durante la Revolución francesa.

Luis José François nació el 3 de febrero de 1751 en Busigny (Francia).  Educado por los jesuitas, se sintió llamado a la vida religiosa. No tenía más de 15 años cuando ingresó a hacer parte de los hijos de San Vicente de Paúl, en la Casa Madre de San Lázaro de París. Ordenado sacerdote en 1773, en 1788 fue nombrado superior del Colegio Seminario de San Fermin en París, el colegio “des Bons Enfants”. A pesar de que los tiempos eran difíciles, se encargó de que el seminario continuara su vida regular. Escribió varias misivas contra la Constitución Civil del Clero, entre ellas una titulada Apología. Cuando la persecución ya hacía estragos, abrió las puertas del seminario de San Fermín a más de 90 sacerdotes y religiosos. Luego la casa fue invadida por los asaltantes, el beato Luis José François fue apresado y arrojado por una ventana: posteriormente lo mataron a golpes cuando estaba en el suelo, y su cadáver, como el de los demás, fue cruelmente profanado: era el 3 de septiembre de 1792.

Juan Enrique Gruyer nació el 13 de junio de 1792 en Dole (Francia). Siguiendo la llamada de Dios, se ordenó sacerdote en St. Cloud y se estableció en su ciudad natal. Aspirando a la perfección, a la edad de 37 años decidió hacer parte de los los Hijos de San Vicente de Paúl. Fue enviado a Argers. Nombrado vicario de Nuestra Señora de Versalles, se trasladó en 1794 a la parroquia de San Luis, donde lo sorprendió la Revolución. Expulsado de la parroquia por negarse a prestar el juramento civil, regresó a París, al seminario de San Fermín, el cual le abrió sus puertas y donde murió el 3 de septiembre de 1792 junto al beato Luis José, con quien compartió el sufrimiento y el martirio.

Nicolas Colin nació en Grennat, Haute-Marne (Francia), el 12 de diciembre de 1730.  Hizo sus votos en la Congregación de la Misión en 1749. Durante 22 años ejerció su ministerio misionero con fama de buen predicador. La Revolución lo expulsó de su parroquia por negarse a prestar el juramento civil. Huyó a París, donde encontró la muerte de los mártires en la cruel masacre del 3 de septiembre de 1792.

Juan Carlos Caron originario de Auchel-Pas-de-Calais (Francia), donde nació el 31 de diciembre de 1730. Hizo sus votos en la Congregación de la Misión en 1752. Durante 29 años se dedicó al ministerio de las misiones, siendo posteriormente párroco de Colegien, diócesis de Arrás. Como tantos otros, se negó a prestar el juramento civil, por lo que fue expulsado de su parroquia, y se refugió en París. Su muerte se une a la de los mártires de la cruel masacre del 2 y 3 de septiembre de 1792.

Pedro Renato Rogue nació en Vannes el 11 de junio de 1758. Hizo sus votos e ingresó definitivamente en la Congregación de la Misión el 26 de octubre de 1788. En su Bretaña natal se dedicó a ayudar a los católicos perseguidos hasta que fue arrestado mientras llevaba la comunión a un enfermo en la Nochebuena de 1795. Fue llevado a prisión ese mismo día, el 24 de diciembre, y permaneció allí hasta el 3 de marzo siguiente. Fue condenado a la guillotina.

Al final de este injusto proceso, fue llevado de nuevo a la cárcel, desde donde escribió su última carta a su anciana madre y a sus Hermanos de Comunidad, diciéndoles que iba a morir por la fe y que en ese momento se sentía feliz y contento de dar su vida por Cristo.Hubo varios intentos de sacarlo de la cárcel, mientras él pasaba la noche rezando y ayudando a los que, como él, habían sido condenados a muerte. Fue ejecutado en la guillotina el 3 de marzo de 1796, bajo la mirada de su anciana y santa madre.

André de la Victoria

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Escribí esto hace un año atrás. Hoy, 4 de septiembre de 2018, cuando nuestra Iglesia chilena se encuentra herida, y esa herida la hemos provocado nosotros mismos, con muchos antitestimonios, esta historia, este hombre, André Jarlán, me hace más sentido que nunca. No digo que fuera perfecto; pudo haber tenido muchos defectos, pero el convertirse en mártir lo hace especial. Su testimonio de vida, cuando yo tenía 14 años, fue algo que me marcó, como a muchos de mi generación. Nos hizo generar un compromiso de vida tan fuerte que si hoy soy sacerdote, es por personas como él. Y no sólo como él, sino como muchos otros y otras, religiosos y religiosas que gastaron su vida a favor de la causa de los pobres.

Cuando hoy hay voces que dicen que la Iglesia nunca ha hecho nada en favor de los demás, cuando encontramos personas que sólo nos enrostran nuestras inconsecuencias como Iglesia, pero que olvidan o sinceramente desconocen estos testimonios, cuando se han olvidado del comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad, las ollas comunes llevadas por religiosos y religiosas en las diferentes zonas de Santiago y de Chile, cuando sólo se escucha el nombre de Karadima como si fuera el único sacerdote que ha existido en esta arquidiócesis, vale la pena recordar a figuras como la de este sacerdote francés que entregó su vida por sus hermanos chilenos.

Pido a Dios que nos permita reconstruir nuestra Iglesia desde estos testimonios que forman parte del nuevo martirologio latinoamericano, junto con Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Joan Alsina, Ignacio Ellacuria, Leoni Duquet y tantos otros y otras que no son sólo nombres, sino que fueron rostros que nos enseñaron a amar y servir aún en los momentos más difíciles. Ojalá recobremos estas voces proféticas y reconstruyamos la Iglesia de los pobres, para los pobres y con los pobres. Andre de la Victoria, tu nombre, tu voz y tu vida sigan siendo semilla de nuevos cristianos.

“Llegó volando desde muy lejos, desde un país, al otro lado del charco. Le costaba pronunciar la erre, y hablaba con un tono dulzón, voz reposada… tenía los ojos bellos. Lo que sabía de Chile era poco… Su primer destino fue la zona sur de Santiago, y su parroquia: «Nuestra Señora de la Victoria»… Llegó a formar comunidad con otros curas de la misma nacionalidad. Su paso por la población lo impactó, le dolía el hambre, la falta de trabajo, las mujeres del Programa de Empleo Mínimo, las ollas comunes, la violencia que existía en nuestro país. Se quedaba muchas veces pensativo y le gustaba escuchar, prestaba mucha atención cuando se hablaba de cómo se habían llevado al Ramón, quién nunca más había vuelto, cuyo gran delito por el que lo secuestraron los agentes de seguridad era ser parte del sindicato… comunista…. haber participado de la huelga.

Lo vimos llorar cuando vio a esa niñita que había muerto víctima de una bala perdida que le llegó en esas jornadas de protesta. Sus ojos se irritaban con el olor de los neumáticos o de las bombas lacrimógenas que estallaban en la pobla…. Y su corazón se retorcía cuando le llegaban los nombres de los jóvenes que habían sido detenidos, de los que se habían llevado presos, de los que estaban heridos…. Esas eran su materia de oración, de sus misas… se conmovía hasta las lágrimas cuando veía como la canasta de la ofrenda de llenaba con pan, bolsas de té o azúcar y como las familias más pobres iban sacando al final de la misa para poder tomar desayuno… Miraba a su amigo Pierre Dubois, cuando se ponía frente a las tanquetas para pedir que los milicos se fueran, que no entraran a la población la Victoria. Aprendió a echar garabatos en español para retarnos y decirnos que la violencia no era el camino… Un día cuatro de septiembre, el corazón de la zona sur se estremeció: «Mataron al André… hueón…. mataron al cura…»….. No lo podíamos creer…. había muerto víctima de la violencia irracional, la bala asesina que atravesó el tabique del segundo piso y que no había sido para él sino para Pierre, lo mato mientras rezaba, mientras oraba a Dios para que la violencia cesara, para que las cosas en nuestro país cambiarán…. Te quedaste dormido amigo, esas manos asesinas te mataron, pero te hiciste grande en el amor y la entrega a esta patria que adoptaste como tuya.

Hoy quiero decirte Gracias, Gracias por tu testimonio de vida y entereza, gracias por el amor que nos tuviste, gracias por la ofrenda que hiciste, gracias por lo que nos enseñaste.. André de la Victoria, tu nombre sigue resonando en las calles de nuestra población y en nuestros corazones, te puedo asegurar, que tu muerte no fue en vano”.

Alejandro Fabres Fabres, C.M.