Escribí esto hace un año atrás. Hoy, 4 de septiembre de 2018, cuando nuestra Iglesia chilena se encuentra herida, y esa herida la hemos provocado nosotros mismos, con muchos antitestimonios, esta historia, este hombre, André Jarlán, me hace más sentido que nunca. No digo que fuera perfecto; pudo haber tenido muchos defectos, pero el convertirse en mártir lo hace especial. Su testimonio de vida, cuando yo tenía 14 años, fue algo que me marcó, como a muchos de mi generación. Nos hizo generar un compromiso de vida tan fuerte que si hoy soy sacerdote, es por personas como él. Y no sólo como él, sino como muchos otros y otras, religiosos y religiosas que gastaron su vida a favor de la causa de los pobres.
Cuando hoy hay voces que dicen que la Iglesia nunca ha hecho nada en favor de los demás, cuando encontramos personas que sólo nos enrostran nuestras inconsecuencias como Iglesia, pero que olvidan o sinceramente desconocen estos testimonios, cuando se han olvidado del comité Pro Paz, la Vicaría de la Solidaridad, las ollas comunes llevadas por religiosos y religiosas en las diferentes zonas de Santiago y de Chile, cuando sólo se escucha el nombre de Karadima como si fuera el único sacerdote que ha existido en esta arquidiócesis, vale la pena recordar a figuras como la de este sacerdote francés que entregó su vida por sus hermanos chilenos.
Pido a Dios que nos permita reconstruir nuestra Iglesia desde estos testimonios que forman parte del nuevo martirologio latinoamericano, junto con Monseñor Oscar Arnulfo Romero, Joan Alsina, Ignacio Ellacuria, Leoni Duquet y tantos otros y otras que no son sólo nombres, sino que fueron rostros que nos enseñaron a amar y servir aún en los momentos más difíciles. Ojalá recobremos estas voces proféticas y reconstruyamos la Iglesia de los pobres, para los pobres y con los pobres. Andre de la Victoria, tu nombre, tu voz y tu vida sigan siendo semilla de nuevos cristianos.
“Llegó volando desde muy lejos, desde un país, al otro lado del charco. Le costaba pronunciar la erre, y hablaba con un tono dulzón, voz reposada… tenía los ojos bellos. Lo que sabía de Chile era poco… Su primer destino fue la zona sur de Santiago, y su parroquia: «Nuestra Señora de la Victoria»… Llegó a formar comunidad con otros curas de la misma nacionalidad. Su paso por la población lo impactó, le dolía el hambre, la falta de trabajo, las mujeres del Programa de Empleo Mínimo, las ollas comunes, la violencia que existía en nuestro país. Se quedaba muchas veces pensativo y le gustaba escuchar, prestaba mucha atención cuando se hablaba de cómo se habían llevado al Ramón, quién nunca más había vuelto, cuyo gran delito por el que lo secuestraron los agentes de seguridad era ser parte del sindicato… comunista…. haber participado de la huelga.
Lo vimos llorar cuando vio a esa niñita que había muerto víctima de una bala perdida que le llegó en esas jornadas de protesta. Sus ojos se irritaban con el olor de los neumáticos o de las bombas lacrimógenas que estallaban en la pobla…. Y su corazón se retorcía cuando le llegaban los nombres de los jóvenes que habían sido detenidos, de los que se habían llevado presos, de los que estaban heridos…. Esas eran su materia de oración, de sus misas… se conmovía hasta las lágrimas cuando veía como la canasta de la ofrenda de llenaba con pan, bolsas de té o azúcar y como las familias más pobres iban sacando al final de la misa para poder tomar desayuno… Miraba a su amigo Pierre Dubois, cuando se ponía frente a las tanquetas para pedir que los milicos se fueran, que no entraran a la población la Victoria. Aprendió a echar garabatos en español para retarnos y decirnos que la violencia no era el camino… Un día cuatro de septiembre, el corazón de la zona sur se estremeció: «Mataron al André… hueón…. mataron al cura…»….. No lo podíamos creer…. había muerto víctima de la violencia irracional, la bala asesina que atravesó el tabique del segundo piso y que no había sido para él sino para Pierre, lo mato mientras rezaba, mientras oraba a Dios para que la violencia cesara, para que las cosas en nuestro país cambiarán…. Te quedaste dormido amigo, esas manos asesinas te mataron, pero te hiciste grande en el amor y la entrega a esta patria que adoptaste como tuya.
Hoy quiero decirte Gracias, Gracias por tu testimonio de vida y entereza, gracias por el amor que nos tuviste, gracias por la ofrenda que hiciste, gracias por lo que nos enseñaste.. André de la Victoria, tu nombre sigue resonando en las calles de nuestra población y en nuestros corazones, te puedo asegurar, que tu muerte no fue en vano”.
Alejandro Fabres Fabres, C.M.