Pier Giorgio nació en Turín en 1901 en el seno de una rica familia burguesa:
Su padre Alfredo, senador liberal, periodista, propietario del periódico «La Stampa», amigo íntimo de Giolitti, del que fue enviado a Berlín como embajador de Italia; su madre era una pintora muy reconocida: El rey de Italia, Víctor Manuel III compró uno de sus cuadros expuestos en la Bienal de Venecia. El clima que se respiraba en la casa de Frassati no era en algún modo una «atmósfera de fe», pero el Señor supo cómo abrirse camino en los corazones de las personas dispuestas a escucharlo.
El sistema familiar se combate desde dentro
Pier Giorgio rechazaba el tipo de vida que se conducía en casa y también se sentía a disgusto en la clase social a la que pertenecía; además, la fe era un elemento más de forma que de sustancia. Compartió su infancia con su hermana Luciana, apenas un año más joven, su única confidente en cuanto comenzaron a emerger los contrastes cada vez mas frecuentes con mamá y papá. Por si fuera poco, Piergiorgio no era un gran estudiante, pero logró entrar al Instituto Social de los Padres Jesuitas y luego, después del bachillerato, se inscribió en Ingeniería Mecánica con especialidad minera para estar cerca de los mineros, considerados entonces los más explotados entre los explotados. En esas difíciles condiciones familiares, de todos modos Pier Giorgio decidió quedarse en casa, junto a su familia, para poder ejercitar su grande empeño social y su caridad a los pobres, su amor a la oración y a la eucaristía, que superaron con creces su escasa dedicación al estudio. Desafortunadamente, no alcanzó a obtener en vida su título de ingeniero y sólo hasta el 2002 le fue concedido «honoris causa».
El Papa Francisco lo anunció el 20 de noviembre, al final de la Audiencia General, suscitando un atronador aplauso en la plaza de San Pedro, abarrotada por miles de fieles cobijados bajo los paraguas. Entre ellos, también algunos niños del comité organizador de un gran evento que se celebrará en el Vaticano el 3 de febrero: el Encuentro mundial de los Derechos de los Niños, titulado «Amémoslos y protejámoslos», en el que participarán expertos y personalidades de distintos países.
El Papa lo anunció también al final de la audiencia de ayer, Día Internacional de los Derechos de la Infancia de de la Adolescencia, y también esta noticia fue acogida con fuertes aplausos y un entusiasmo inesperado, con el grupo de niños corriendo desde la primera fila del parvis hacia el palco del Pontífice para saludarlo y darle las gracias.
“Será una oportunidad para encontrar nuevas formas de socorrer, proteger a millones de niños aún sin derechos que viven en condiciones precarias, son explotados y maltratados y sufren las consecuencias dramáticas de las guerras”, afirmó.
Las canonizaciones
El pequeño Francisco («¡Te llamas como yo!», exclamó el Papa) y todos los demás estrecharon la mano del Pontífice y se hicieron una foto juntos. Al final del extra programa, el Santo Padre, pensando todavía en los pequeños, hizo el anuncio de las dos canonizaciones:
“Quiero decir que el año que viene, en el Jornada de los Adolescentes, canonizaré al beato Carlo Acutis, y en la Jornada de la Juventud, el año que viene, canonizaré al beato Pier Giorgio Frassati”.
Dos santos «jóvenes»
Frassati, considerado uno de los santos «sociales» de Italia. Miembro de una familia acomodada, dedicado a la oración y a los más débiles, era también un buen deportista: «Un alpinista… tremendo», le llamó Juan Pablo II, que quiso beatificar a este «chico de las ocho Bienaventuranzas» en 1990. Ahora, otro Pontífice, de origen piamontés, lo eleva a los honores de los altares en un año dedicado a recuperar la esperanza. La que tanto Acutis como Frassati predicaron, no con palabras, sino con sus vidas.
Está noticia llena sin duda alguna de alegría a toda la familia vicentina y nos motiva a seguir orando y creciendo día a día en la fe.