Paul González López (1920-1983)

El Padre Paul Fidèle González López, nació en Laval, Departamento de la Mayenne, Francia, el 24 de julio de 1920. Sus padres fueron Don Facundo González y doña Lucía López. Fue admitido en la Congregación de la Misión el 21 de septiembre de 1939 y ordenado sacerdote el 5 de abril de 1947, en la ciudad de Dax.

En enero de 1948 llegaba a Chile, a incorporarse a la Provincia del Pacífico. Su primer destino en Chile fue la Parroquia San Vicente de Paúl de Playa Ancha, en Valparaíso, donde trabajó como vicario cooperador y como misionero hasta 1951. Luego fue enviado al Perú, trabajando en el Seminario Menor de Cajamarca, cono profesor, misionero, asistente y superior. Volvió a Chile en 1959, siendo destinado a la Casa Central, donde se desempeñó como misionero hasta 1964, año en que asumió como vicario de la Parroquia San Antonio de Padua de San Felipe. Entre 1966 y 1968 es destinado en Pichilemu, donde trabaja como misionero y cono profesor. En 1969 se hizo cargo de la Parroquia de La Estrella, en la Diócesis de Rancagua, siendo miembro de la Casa de Pichilemu y como parte de un proyecto que consistía en que la Congregación asumía la atención pastoral y la administración de varias parroquias de un sector de esa Diócesis y que finalmente se redujo Pichilemu, La Estrella y Litueche.

“El P. Pablo fue un hombre excepcional”, afirmó el entonces obispo de Rancagua, Monseñor Alejandro Durán, el día de su funeral. “Un hombre trabajador y lleno de amor por los pobres”, añadían los sacerdotes de esa diócesis, que lo conocieron durante 14 años, como párroco de La Estrella. “A La Estrella, dedicó lo mejor de su vida”, en expresión del P. Antonio Elduayen, Visitador por esa época, cuando escribió la nota necrológica en homenaje al P. Pablo.

La Estrella -parroquia rural de la Diócesis de Rancagua, que por esos años constaba de 10 capillas grandes y más de 100 caseríos, que el P. Pablo visitaba con celo misionero- fue efectivamente el “lote de su heredad”. Se identificó con su gente y se sintió realizado como sacerdote vicentino, viviendo entre campesinos, como uno más de ellos. A su muerte se encontró las notas en que dejaba constancia, año tras año, del número de bautismos, primeras comuniones, confirmaciones… y de las salidas misioneras. No eran los números, ni la estadística lo importante, sino el amor de un corazón de pastor de almas.

El P. Pablo trabajó -como un obrero- para vivir: cultivó el huerto de la parroquia, cuidó colmenas (la apicultura era una de sus pasiones), crió animales. Nunca pidió nada a los campesinos, ni aceptó ayudas. Su trabajo, la ayuda de la Congregación y del obispo, fueron la fuente de su sustento, aunque muchas de las ayudas no eran para él mismo, sino para ayudar a otros.

Su estilo de vida no se acomodó al de los pobres, sino que él mismo era un verdadero pobre. Asumió en su vida la escasez, la inseguridad, los rigores de la pobreza. Este estilo de vida fue endureciendo su cuerpo y templando su espíritu. La entereza de su carácter se hacía dureza, cuando y con quienes detentaban la autoridad como poder, según su modo de entender. Por el contrario, delante de los pobres y humildes, su actitud era de bondad; para ellos era todo bondad. Esto hizo que los primeros le “temieran” y los últimos, lo amaran.

En su vida, no todo fue seriedad, severidad o rigor. Tenía una veta humorística, a través de la cual supo expresar sus gustos, sus sueños, su pasión, como también todo aquello que le producía rechazo y malestar.

Entre sus libros y archivos, al morir, se encontró dos breves documentos que de alguna manera resumen su vida, su carácter y aquello que lo apasionó y dio sentido a su vida: Una especie de parábola o alegoría, sobre su propia persona,titulada “La vida y la muerte de San Pablo de La Estrella” y un Informe sobre hechos que vivió, en los primeros días de octubre de 1973, en los albores de la Dictadura.

El P. Paul González, falleció en Santiago, el 27 de junio de 1983, después de 10 de haber sufrido un infarto al miocardio y de haber permanecido en la UCI de la Posta Central. Había viajado a Santiago, como lo hacía con frecuencia, para encontrarse con los cohermanos y para hacerse exámenes médicos, ya que venía sintiéndose mal, desde hacía algún tiempo.