El P. Gustavo Hernán Mancilla Valenzuela nació en Punta Arenas, Región de Magallanes, el 14 de agosto de 1972. Muy pronto se trasladó, con su familia, a Valparaíso, donde cursó sus estudios básicos y medios y junto a sus papás y hermanos participó activamente en la Comunidad Cristiana de Santa Luisa de Marillac, que por esos años luchaba por construir su Capilla. En esa Comunidad y en la Parroquia San Vicente de la que ésta depende, desarrolló su apostolado como catequista y también como lector. En medio de esa actividad apostólica, escuchó el llamado del Señor, confiando esta inquietud, en primer lugar, a quien fuera su párroco, el P. Carlos de la Rivera. Inició así, un proceso de discernimiento vocacional, acompañado especialmente por el P. Fernando Macías, por entonces Director de Pastoral Vocacional.
Empezó su formación en el Seminario San Vicente de Paúl, en Macul, el 13 de marzo de 1995. El 22 de febrero de 1998 fue admitido en el Seminario Interno de la Congregación, que ese año se tuvo en Lima, Perú. Posteriormente continuó sus estudios teológicos, siempre en Santiago, hasta que recibió la Ordenación Diaconal, en Valparaíso, el 12 de diciembre de 2002, de manos de Monseñor Gonzalo Duarte. Su Ordenación Presbiteral tuvo lugar el 27 de septiembre de 2003, en la Catedral de Santiago y le fue conferida por Monseñor Sergio Valech.
Su Diaconado lo vivió en la Casa Central de Alameda, desarrollando su apostolado en la Capilla San Sebastián de Macul. Una vez ordenado sacerdote, fue destinado a la Casa de Macul, donde colaboró con el P. Fernando Escobar en el trabajo de la formación. El año 2005 fue enviado a Collipulli, donde durante tres años, ejerció como vicario parroquial, ganándose el cariño de la gente por su sencillez, calidez y celo apostólico. A fines de 2007, se le pidió dejar Collipulli e ir a Valparaíso, para trabajar en la formación de los jóvenes del Propedéutico. Ese trabajo había comenzado a realizar, junto al P. Mario Villar y al Hno. Iván Hueichán, recibiendo el domingo 2 de marzo a los cuatro jóvenes que se integraban a la Comunidad. Junto al Visitador, a su Comunidad y a los jóvenes, había trazado las primeras líneas de lo que sería su trabajo ese año, pero la muerte llegó «como un ladrón en la noche» y se lo llevó, el 6 de marzo de 2008.
Quedaba una tarea inconclusa y se producía una onda de incredulidad, tristeza y desolación, en todos los que lo conocieron y quisieron, pero también en muchos que, sin conocerlo o conociéndolo muy poco, sentían que era incomprensible la muerte de un sacerdote de solo 35 años de edad y sólo 4 años de ministerio.