LA FORMACIÓN EN LOS DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Pastores Dabo Vobis
- CONTEXTO
Esta exhortación apostólica “Pastores Dabo Vobis” surge como resultado de la VII Asamblea General del Sínodo de los Obispos (del 30 de septiembre al 28 de octubre de 1990). “Los sentimientos de Cristo son la razón de ser del sacerdote” dijo el Papa Juan Pablo II en la misa inaugural del 30 de septiembre.
Este Sínodo reflexionó sobre la formación de los sacerdotes ante los desafíos modernos, incluyendo la secularización, la crisis de identidad sacerdotal y la necesidad de una evangelización renovada. Los destinatarios son el episcopado, el clero y los fieles.
En ella El Papa Juan Pablo II brinda un análisis de la doctrina antigua y reciente sobre la naturaleza del sacerdocio, ofrece una visión clara sobre la vocación sacerdotal y la importancia de una formación permanente para los pastores del pueblo de Dios. Fue publicada el 25 de marzo de 1992.
- ELEMENTOS CLAVE DE SU CONTENIDO: SINOPSIS
Necesidad de sacerdotes formados y santos. Los sacerdotes obedecen el mandato de anunciar el Evangelio y de renovar cada día el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Cristo para la vida del mundo. Gracias a la promesa del Señor es que hay un florecimiento de vocaciones sacerdotales en algunas partes del mundo. “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Un acto de confianza total en el Espíritu Santo es la respuesta que da la Iglesia ante la crisis de vocaciones sacerdotales. La Iglesia no puede dejar de orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Mt 9,38). Los laicos han pedido la dedicación de los sacerdotes a su formación, pues se percibe la necesidad de contar son sacerdotes bien formados y santos.
El Papa Juan Pablo II dirigiéndose al corazón de los sacerdotes señala que su tarea en la Iglesia es insustituible, son los ministros de la Eucaristía, los dispensadores de la misericordia y los consoladores de las almas.
Tomado entre los hombres. Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios (Hb 5,1). Dios llama a sus sacerdotes desde determinados contextos humanos y eclesiales. En la formación de los sacerdotes en la situación actual el sacerdote deberá asemejarse a Cristo y deberá estar en constante examen de conciencia sobre la credibilidad de su testimonio del Evangelio.
Del fenómeno de la concepción subjetiva de la fe, una adhesión a lo que agrada a la propia experiencia, sigue el fenómeno de los modos cada vez más parciales y condicionados de pertenecer a la Iglesia que ejercen un influjo negativo sobre el nacimiento de nuevas vocaciones al sacerdocio.
La sociedad de consumo, la vivencia de valores egoístas y la experiencia afectiva de muchos jóvenes no conduce a un crecimiento armonioso de la propia personalidad que se abre al otro en el don de sí mismo. Pero en muchos jóvenes se hacen más explícitos el interrogante religioso y la necesidad de vida espiritual. De ahí el deseo de experiencias “de desierto” y de oración, el retorno a una lectura más personal y habitual de la Palabra de Dios y el estudio de la teología.
El discernimiento evangélico. Es un reto vinculado a una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada. Dios llama al creyente pero antes llama a la Iglesia.
Misión del sacerdocio ministerial. El sacerdote está inserto sacramentalmente en la comunión con el obispo y los otros presbíteros para servir a la Iglesia y atraer a todos a Cristo (Jn 17,11.21). Encuentra la plena verdad en su identidad en ser una continuación del mismo Cristo, en ser una imagen viva y transparente de Cristo resucitado. Mediante el gesto de imposición de manos los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y Supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida.
El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia por el hecho de participar en la “unción” y en la “misión” de Cristo. Puede prolongar en la Iglesia su oración, su palabra, su sacrificio, su acción salvífica. Los presbíteros deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero y de un espíritu dispuesto a predicar el Evangelio en todas partes.
La vida espiritual. Los presbíteros si son dóciles al Espíritu de Cristo, que los vivifica y guía, se afirman en la vida del Espíritu. El crecimiento del amor a Jesucristo determina el crecimiento del amor a la Iglesia.
La formación sacerdotal. La Iglesia es el sujeto comunitario que tiene la gracia y responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio. La comunidad educativa del Seminario se articula en torno a diversos formadores: el rector, el director o padre espiritual, los superiores y los formadores. Ellos ofrecen el ejemplo significativo de la comunión eclesial, acompañados por el Obispo.
La eficacia formativa depende de la personalidad madura y recia de los formadores. Por eso es importante la elección cuidadosa de los formadores que sean un testimonio de vida evangélica. La comunidad formadora debe sentirse solidaria en la responsabilidad de educar a los aspirantes al sacerdocio.
Los profesores de teología, deben tener conciencia de que sus enseñanzas debe comunicar la inteligencia de la fe, y de que están al servicio de la misma Iglesia. Deben ser hombres de fe y llenos de amor a la Iglesia.
Comunidades de origen. La familia animada por el propósito de cumplir la voluntad de Dios sepa acompañar el camino formativo con la oración, el respeto, el buen ejemplo de las virtudes domésticas y la ayuda espiritual y material, sobre todo en los momentos difíciles.
El mismo aspirante. Toda su formación en definitiva es una auto-formación. Y debe crecer en la conciencia de que el Protagonista por antonomasia de su formación es el Espíritu Santo. Acoger la acción del Espíritu significa acoger la acción de sus educadores.
La formación permanente. El texto “te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti” (2 Tim 1,6) se aplica a la formación permanente que es una exigencia del ministerio sacerdotal, vista como un servicio a los demás. Los PP. Sinodales miran la formación permanente como fidelidad al ministerio y como proceso de continua conversión. Debe mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración que abarque los aspectos humanos, espiritual, intelectual y pastoral. Todo esto unido a la caridad pastoral.
La formación espiritual. Hace que el sacerdote no olvide el cuidado de sí mismo y le hace tener presente a las almas de las que es pastor. La vida de oración debe ser renovada constantemente en el sacerdote. Él necesita reanimar el encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu.
La formación intelectual. Requiere ser continuada y profundizada durante toda la vida del sacerdote. Con el estudio teológico se asegura la riqueza eclesial y se cumple con fidelidad el ministerio de la Palabra, anunciándola sin titubeos.
En la formación permanente está la caridad pastoral. Empuja y estimula al sacerdote a conocer cada vez mejor la situación real de los hombres, a discernir la voz del Espíritu en la historia y a buscar los métodos más adecuados para ejercer su ministerio. La formación permanente ayuda al sacerdote a custodiar con amor vigilante el ministerio del que es portador.
- VALORACIÓN PERSONAL
Esta exhortación nace como una escucha atenta al hambre espiritual que manifiesta el pueblo de Dios carente de pastores, “como ovejas sin pastor”(Mt 9,36). En esta necesidad la Iglesia tiene la primera misión de orar al dueño de la mies para que envíe más trabajadores.
El sacerdote es el hombre elegido entre los hombres, elegido de entre la comunidad cristiana para conocer la vida de Cristo y vivir la vida de Cristo mediante el don y la gracia que ha recibido por la imposición de las manos del Obispo y por la unción del santo crisma en sus manos. Vivir la vida de Cristo conlleva vivir los sentimientos de Cristo y ejercer la caridad pastoral sobre todo con los pobres y enfermos.
Pastores Dabo Vobis pareciera ser un diálogo del Papa Juan Pablo II con los fieles, invitándolos no sólo a orar con confianza, sino a ser el rostro de un mundo nuevo que abraza el valor de la generosidad, de la donación amorosa de la vida. De esa manera se puede motivar a los jóvenes a un seguimiento a Cristo desde la consagración. Aquella generosidad un joven la puede abrazar mediante un voluntariado, y aquella donación amorosa la puede vivir un joven alejándose de las ofertas del mundo presente.
El discernimiento está presente en esta exhortación como un reto fuerte que lleva a detener la mirada, esa mirada que necesita un buen acompañamiento espiritual para responder bien al querer de Dios.
La comunidad cristiana y la familia están presente en este documento como especialmente involucradas en la formación de un futuro sacerdote. Siempre han de tener un respeto frente al proceso de discernimiento y una actitud de oración y de constante ayuda. Luego ya tenemos la comunidad formativa del seminario, cuya tarea es hacer descubrir las herramientas, las potencialidades que tiene un joven para servir a Cristo y a su Iglesia.
Es importante destacar que si el candidato tiene docilidad para dejarse acompañar, para dejarse formar, entonces se darán buenos frutos. La autoformación es ya la tarea de hoy en los seminarios. Si antes había un clima de vigilancia estricta a las normas, hoy se trabaja, al menos en muchos seminarios, desde la madurez de la persona y desde su libertad, de manera que él sea el primer responsable de su formación. Junto a esto la Pastores Dabo Vobis da importancia a los carismas personales que cada uno tiene y de la posibilidad de desarrollarlos en su formación permanente.
Finalmente tenemos la comunión eclesial, es decir, la comunidad formativa trabaja en conjunto con el Obispo y disciernen junto a él con la responsabilidad de haber sido llamados al colaborar en el aumento y sostenimiento de las vocaciones sacerdotales.
P. Pablo Rodrigo González Sandoval, C.M.
Salamanca, España
AUTOR: Juan Pablo II
FECHA: 25 de marzo de 1992