P. Antonio Elduayen Jiménez (1927-2020)

El Padre Antonio Elduayen, de nacionalidad española, nació en Mar del Plata, Argentina, el 4 de agosto de 1927 y sus padres fueron Tomás Elduayen y Carmen Jiménez. Hizo sus estudios básicos y secundarios en Pamplona, cursó la Filosofía en Madrid y la Teología, en Cuenca. Fue admitido en el Seminario Interno de la Congregación de la Misión, el 19 de septiembre de 1944. Fue ordenado diácono en 1950 y presbítero el 9 de septiembre de 1951, en Cuenca, de manos de Monseñor Emilio Lisson.

Llegó al Perú en 1952, donde desempeñó diversos ministerios, incluido el de Visitador de esa Provincia, entre 1974 y 1982. Llegó a Chile en 1983, para asumir como Visitador, oficio que desempeñó hasta 1989, en que asumió como Director de las Hijas de la Caridad hasta 1999, en que regresó al Perú.

Así escribió el Visitador de Chile al Visitador del perú, con ocasión de la muerte del P. Antonio:

«La presencia y el servicio del Padre Antonio entre nosotros fue muy importante. Su entusiasmo, perseverancia, pro-actividad  espíritu misionero; su espiritu de fe, su actitud fraterna, su disposición a abordar los problemas sin desfallecer; su inteligencia y buena preparación, así como su carácter positivo, son todos elementos que nos ayudaron a crecer como provincia y a abandonar el espíritu negativo y fatalista.

Lo recordamos no sólo en su tarea de Visitador,  liderando, dialogando, corrigiendo, tomando decisiones importantes, respondiendo a desafíos decisivos, sino que también su acción misionera. Lo admiramos recorriendo el lluvioso sur de Chile, viajando en trenes de última categoría… visitando cada casa, siempre con su traje y su maletín… y bien peinado. Quedándose sin voz, hasta requerir el apoyo de algún seminarista, que le sirviera de Aarón. Lo recordamos en la Población Las Torres, perteneciente a nuestra Parroquia Santa María Reina del Mundo, donde conocía el nombre, las inquietudes, las penas y alegrías de cada feligrés y de cada vecino a todos los cuales llamaba de “tú”, con la confianza del padre, del pastor, del amigo. Lo recordamos como “visitador-formador”, cuando no tuvo más remedio que hacerse cargo del Teologado, al no contar con otro que pudiera asumir esa tarea.

Recordamos cuando, comprendiendo a cabalidad su rol de “visitador”, no dejaba de ir a las comunidades, aún cuando el clima lo hiciera desaconsejable. Así, llegó alguna vez a Perquenco -en la Región de la Araucanía- cuando los caminos estaban cortados por la lluvia y debió recorrer a pie un peligroso tramo, porque el puente se había cortado y el no podía regresar a Santiago, sin ver a los cohermanos. O cuando llegó a Los Ángeles, no encontrando en casa a ninguno de los misioneros, ya que estaban fuera en diversas tareas pastorales, pero se las arregló para entrar en la casa y esperarlos con comida caliente. No olvidamos su preocupación por los laicos, su trabajo con distintas asociaciones laicales de la Familia Vicentina, ni su entusiasmo por crear una federación de congregaciones misioneras en Chile.

Se nos viene a la memoria, también, el P. Antonio y sus mil anécdotas: como cuando en medio de alguna Asamblea Provincial, parecía que el tema estaba ya agotado y cerrado, después de larga discusión, y él salía con su típico: “un puntito…” O bien, cuando confundía Santiago con Lima, o aquella vez que, en un 18 de sepriembre, día de las Fiestas Patrias en Chile, al final de la Misa en Las Torres, luego que los asistentes entonaran el Himno Nacional, él remató con un sonoro ¡Viva el Perú!… Y cada vez que le hacíamos notar estas exquisitas equivocaciones, nos contestaba “sois unos exagerados, jeje…”

Agradecemos su preocupación y su dedicación a la mejora de nuestras instalaciones: la primera ampliación de nuestro Seminario de Macul es obra suya, de sus tiempor de Visitador. Y la construcción de la nueva Casa Central se realizó, en sus tiempos de Ecónomo Provincial.

Nos emociona la procupación y el cariño que siempre demostró no sólo por los misioneros y por las Hijas de la Caridad -por cada uno-, sino también por sus familiares, cosa que hizo incluso cuando ya no estaba con nosotros, interesándose por nuestros padres y hermanos e incluso buscando saludarlos y visitarlos, cuando volvía a Chile.

Hoy recordamos al padre, al hermano, al amigo, al maestro. Y lo recordamos con un corazón agradecido, reconociendo todo el bien que hizo entre nosotros. También por las veces en que volvió para predicar algún retiro, para dar clases en el Seminario Interno o para participar en las celebraciones del Sesquicentenario de la presencia Vicentina en Chile, en el año 2004. Pero también agradecemos la acogida que dio a los que, durante estos años, lo visitamos en el Perú, cuando a algunos nos mostró, con un sano orgullo, su Parroquia de Orrantia y sobre todo, los sectores más pobres y por lo tanto más vicentinos, del territorio parroquial».